El río que nos trajo hasta aquí.

Al principio éramos seis en la mesa. Mis padres, mis suegros, mi esposa. Era un sábado cualquiera en un restaurante italiano, compartiendo anécdotas sin orden alguno. De pronto caí en cuenta de la maravilla de tenerlos allí. Vivos, conversando, bebiendo vino. En ese instante el presente adquirió mayor brillo y las palabras dejaron de ser simple intercambio para convertirse en testimonio.

 

Como era de esperarse, mencionamos a abuelos, bisabuelos, tíos y primos. Después llegaron mis hijas y se sentaron junto a nosotros. Y en esa tarde de sábado pude sentir las aguas del río que nos llevaban a todos flotando, la mesa redonda quizás como una balsa. Y a cada instante resultaba más claro que momentos como éste son un plato que saboreamos para luego atesorar en la memoria. Y que pasan de largo si no estamos presentes. Verdaderamente allí.

 

¿Qué diferencia había entre este almuerzo y cualquier otro? En días recientes he tenido que escribir líneas y dar abrazos de consuelo a amigos que han perdido a un ser querido. Pasa todo el tiempo, solo que a veces estamos más atentos, o quizás más sensibles. Y así como jamás sabemos cuándo ese “hasta pronto” que soltamos casi automático es una auténtica despedida, de la misma forma podemos pasar de largo las oportunidades que nos brinda la vida para recordarnos las cosas que realmente valen la pena.

 

¿Por ejemplo? Un almuerzo en familia. En estos tiempos cuando muchas familias tienen un océano por medio, o no comparten el mismo huso horario, esas ocasiones se hacen más valiosas. Es mi caso y el de millones de personas en este planeta.

 

Las migraciones humanas han sido uno de los fenómenos más determinantes de las últimas décadas. Auténticos caudales que rebosan fronteras para soltar sus aguas en lugares que ya no son remotos. Sucede que cada una de esas olas tiene historia y afectos. Y aunque seamos parte de una corriente, al final, somos gotas que anhelan juntarse de nuevo con la fuente.

 

Aquel sábado, por esa mesa y a través de nosotros, pasaron ancestros corsos y libaneses, canarios y andinos, nombres que fueron carne y hueso y que hoy siguen río abajo en hijos y nietos que quién sabe hacia donde llevarán su cauce. De ese río nosotros somos apenas un instante y a donde vayamos a parar es asunto nuestro. Aunque conviene recordar que transportamos algo que no nos pertenece por completo: la energía vital que nos trajo hasta aquí y que fluye a través de nosotros.

 

Y para qué negarlo, en este río compartimos con la familia cataratas, remolinos, remansos y pozos espesos. No todos los días son un paseo en góndola, y por más espuma y lodo que haya pasado bajo el puente, conozco a muy pocas personas que no quisieran volver a sentir aquel abrazo. Quizás porque es allí donde la sustancia adquiere sentido.

 

¿Te provoca hacer una llamada, escribir un email, poner la mesa para unos cuantos? No hay mejor momento que éste para mojarte los pies o lanzarte de cabeza al río que te trajo hasta aquí. Así que regálate un tiempo para disfrutar su bendición mientras puedes tenerlo entre tus dedos.

 

Y si piensas en los que ya no están, mira alrededor y los verás en los ojos de todos los que siguen. Porque una vez que este río nos agarra, no nos suelta.

 

Fuente: Inspirulina

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