Antes de entender cómo se puede sentir la ciudad donde vivimos, comencé por comprender qué nos hace no sentirla. Hice una recopilación de las respuestas más escuchadas en la calle sobre las siguientes preguntas:
¿Qué tal la ciudad donde resides hoy?
“Congestionada, conflictiva. Clima muy caliente o muy frío. Movida. Puro concreto. Aceras abarrotadas, subterráneos colapsados, suciedad, exceso de ruido”.
¿Cómo es tu día a día?
“Levantarme, cepillarme, comer, vestirme rápidamente, conducir hacia el trabajo. Después de ocho horas, regresar a casa, hacer la cena, ayudar a los niños con sus tareas, ver los pendientes e irme a la cama algo tarde. El resto de la semana es exactamente igual”.
Es cierto que vivimos en un mundo que cada día nos hace ir más acelerados, haciendo la labor del piloto automático la más utilizada por la humanidad. Al encenderlo, damos por hecho que el día va a empezar y terminar según lo planeado y sin mucho que pensar y percibir, sólo nos dejamos llevar por ella, y nuestra tarea no va más allá de seguir respirando y mantener andando nuestra máquina, nuestro cuerpo.
¿En qué momento nos dedicamos a sentir, a percibir el olor de la grama recién cortada mientras caminamos hacia la entrada del trabajo?
Hay un proverbio zen que afirma: “cuando camines, camina; cuando comas, come”. Incumplir esta verdad nos ha vuelto incapaces de percibir el presente.
Esto me lleva a la última pregunta:
¿Cómo hacemos para poder sentir nuestra ciudad?
Luego de vivir un tiempo fuera de mi país, decidí que al volver percibiría mi ciudad como lo hacemos cuando somos turistas:
Nos volvemos observadores. Nos enamoramos cada mañana con el olor del buffet servido por el hotel, nos maravillamos de la calle de la esquina donde se asoma un parque. Somos juiciosos en aprendernos las características de la zona cerca de donde nos hospedamos para no perdernos de regreso. Detallamos la vestimenta de la zona, el acento de los vecinos, y las frases típicas y coloquiales. Diferenciamos las frutas en el supermercado, las notamos un tanto más redondas que las que compramos en casa y algo más intenso su color. Distinguimos productos nuevos en anaqueles y nos esforzamos por investigar como niños. Notamos cómo se visten los porteros, cómo es la modalidad para estacionar. Nos fascinamos en probar gastronomías diferentes o degustar la pizza echa en el restaurant top de la zona.
Cuando somos turistas SENTIMOS. Vivimos ese presente a plenitud.
Para poder vivir cualquier situación, requerimos estar en el momento presente,lo que automáticamente nos hará sentirlo. Con conciencia, podemos percibir olores, texturas, sonidos, sabores, que aunque pudiesen ser cotidianos, cada día será distinto al otro. No es diferente una ciudad a otra, es la actitud que tenemos frente a ella lo que hace que sea distinta.
Cada día tendremos la oportunidad de toparnos con nuevas personas en el tráfico, de ver un carro distinto. De percibir la salida del sol y el atardecer, de notar que el cielo no siempre es azul, a veces se torna rosa, morado o un azul tan pastel que llega a camuflajearse con las nubes.
Lograr entender el ciclo de los árboles, la caída de las flores, las épocas de visita de las guacamayas, son una de las tantas cosas que a veces dejamos de disfrutar, sentir y amar de nuestra ciudad, del lugar que día a día nos regala su grandeza.
Depende de nosotros el mantenernos en el ahora, en el presente y poder vivir el momento. Gocemos del aquí y del ahora. Seamos plenamente conscientes. Cuando nos enfoquemos en cada detalle, por ínfimo que nos parezca, aprendamos a disfrutar el lugar en donde estemos, a vivirlo.
¡Sintamos nuestra ciudad, seamos siempre turistas!