Seguramente has oído hablar de la zona de confort en repetidas oportunidades. Y también puedo asegurar que más de un comentario sugiere que salgas de tu zona de confort. Por mucho tiempo las personas a mi alrededor aconsejaban saltar el muro que me hacía prisionera en mi zona de confort, pero por más que intentaba salir de ahí, no lo conseguía. Y es que es imposible actuar cuando no se tiene un propósito, ni se entiende el porqué de hacerlo. El mundo entero podrá decir una y otra vez lo que debes hacer, y tú podrás intentar seguir aquello que parece ser lo correcto. Pero hasta que no entiendas el verdadero motivo o encuentres tu propio impulso, no lo conseguirás.
Y sí, salir de la zona de confort te abre oportunidades, aprendizajes, y te expone a nuevas experiencias. Pero yo no me sentaré a escribir de las bondades que ofrece salir de la zona de confort
Lo primero será entender qué es la zona de confort, pues conceptos y definiciones existen muchísimos. Para entrar en tema, elegí dos conceptos breves que encontré googleando en internet:
En psicología la zona de confort se refiere a un estado mental donde la persona utiliza conductas de evitación del miedo y la ansiedad en su vida diaria, utilizando un comportamiento rutinario para conseguir un rendimiento constante sin asumir ningún riesgo.
También se define como zona de confort a cada uno de los lugares o situaciones donde un individuo se siente seguro, donde no existe riesgo alguno, ya sea en su hogar o lugares que su mente interpreta como potencialmente bajos de riesgo. Esto causa una dependencia a ciertos lugares y no nos permite conocer otros escenarios productivos para la vida.
Basándonos en estos dos conceptos puedo interpretar que la zona de confort es ese espacio, ya sea mental o físico, en el que me siento segura y donde no corro ningún tipo de riesgo. Es un estado que conozco del todo, donde ya sé desenvolverme. Todo esto lo represento en el siguiente escenario:
“Después de graduarme de la universidad, comienzo a trabajar en el negocio de mis padres y decido no buscar empleo en ningún otro lugar, ya que aquí estoy segura de que no me echarán, y evito la posibilidad de ser rechazada. En la casa de mis padres tengo una habitación, un espacio únicamente para mí, donde tengo comida, agua, y todas las comodidades a las que siempre he estado acostumbrada. La habitación, la casa, el trabajo, todo lo conozco perfectamente. Nunca me sorprenden con acontecimientos inesperados, o que no sepa controlar. Cada persona a mi alrededor me conoce, así que nadie me causa daño… en fin, ¿Por qué querría salir de un lugar así, en el que no solo me siento a salvo, sino que realmente lo estoy?
El tiempo corre, y yo sigo ahí… pero, ¿realmente soy feliz?
Y un día comienzo a pensar que hay un mundo entero lejos de eso que conozco, un montón de cosas que no sé y podría aprender, problemas que seré capaz de resolver, y personas con las que necesito toparme. Pero el miedo de ser herida, rechazada o de estar equivocada es más grande que las ganas de vivir todo eso que imagino. Entonces decido quedarme en mi zona de confort.
El tiempo sigue corriendo, y ahora pasan años… pero ahora estoy segura de que no soy feliz. Mi rutina es gobernada por la apatía, lo cotidiano ahora es abrumador y la tristeza, por todo aquello que no me he dado la oportunidad de vivir, abunda en mi interior.”
Y así podrían pasar muchos años, incluso una vida entera, siendo prisionera, y no de mi zona de confort, esta solo sería la celda. Realmente, sería prisionera de mí misma, de mis miedos, de mis inseguridades, del riesgo que no quiero tomar. Te voy a regalar tres claves para determinar si eres prisionero en esta celda que llamamos zona de confort.
Clave 1: Sensación de tristeza y soledad
Si estás inmerso en tu zona de confort, lo más seguro es que tengas miedo a todo aquello que conlleva lo nuevo, lo desconocido. Y claro que sí; conocer personas también forma parte de eso. Es común que solo te atrevas a hacer vida con las personas que conoces desde siempre, pero estas personas quizás sí se arriesguen a vivir nuevas experiencias. Esto llevará a tus amigos y familia a mudarse, casarse, conseguir oportunidades, y alejarse un poco de la rutina que ya conoces. Aquí aparece la tristeza y la soledad, además, ver a otros avanzar puede suponer desmotivación para ti.
Clave 2: Estás desmotivado
Tienes claro lo que quieres y las tareas que debes cumplir para conseguirlo. Pero no tienes el impulso para esforzarte y cumplir con esas actividades, quizás, no puedes ni empezarlas. Por ejemplo: quieres pasar el examen para entrar a la universidad, pero no tienes intenciones de esforzarte en estudiar. Lo que puede suponer un estado de ánimo fatal; terminas sintiéndote mal por no conseguir lo que quieres, y también serás víctima del sentimiento de culpa.
La desmotivación impide nuestro crecimiento emocional y productivo, y es un estado típico de aquellas personas que viven prisioneras en su zona de confort.
Clave 3: Rutina, rutina, rutina
Si vives sumergido en la rutina diaria que has construido por mucho tiempo, y temes asumir el riesgo de probar cosas diferentes, entonces eres prisionero en tu zona de confort. Repetir cada día la misma rutina puede despertar desmotivación, tristeza, soledad, y unas cuantas cosas más. Pero te da seguridad, y este es el motivo por el que no te atreves a cambiar y a exponerte a nuevas experiencias.
En algún momento sentí presentes estas claves en mí, y a veces me toca saltar de nuevo al cambio, porque sigo coincidiendo con ellas. Pero con el tiempo, y gracias a distintas circunstancias, he alcanzado entender la importancia y necesidad que tengo de exponerme a cosas diferentes.
Si has llegado a sentirte identificado con tres, dos o una de estas claves, quiero invitarte a leer un poco más sobre la zona de confort. Una vez que entiendas todo lo que pierdes debido al miedo que solo vive en tu cabeza, saltarás ese muro y comenzarás a vivir. En internet hay mucha información, pero buscar ayuda con un profesional, te permitirá alcanzar grandes resultados.