Hace unos días estaba de farra con mi guitara tratando de hacer una versión acústica del legendario tema de Louis Armstrong What a Wonderful World cuando una poderosa idea resonó en mi cabeza y me abalancé sobre el teclado a escribir estas líneas.
El mundo es un lugar absolutamente maravilloso, ¡sólo tenemos que abrir los ojos, y verlo! Esta idea nació en mí cuando me percaté de la tan dura y difícil vida que había tenido Louis Armstrong, teniendo que crecer en el sur de los Estados Unidos bajo la sombra de ser discriminado tan sólo por el color de su piel, y aún así (aunque él no escribió el tema), Louis Armstrong podía interpretar y hacer suyas con el corazón en la mano frases como «veo el verde de los árboles, veo rosas rojas que florecen para mí y para ti, y pienso para mí… qué mundo tan maravilloso».
Louis Armstrong nació en New Orleans en 1901, en una familia muy humilde, su abuela había nacido legalmente esclava, y luego parcialmente liberada después de la Guerra Civil bajo el cuerpo de leyes del Jim Crow lo cual no la hacía libre, sino más bien “libre” con las comillas de rigor. Su padre los había abandonado cuando él era muy pequeño, y apenas como familia podían sobrevivir en la más absoluta pobreza.
Vivió su juventud y adultez viviendo el día a día de una persona de color. Una época donde era delito casarse con una persona de piel blanca, donde debía sentarse en la parte de atrás del autobús, donde habían lugares a los que no podía entrar, tan sólo por el color de su piel, sin contar las persecuciones y manifestaciones agresivas que grupos forajidos como el Ku Klux Clan llevaban a cabo en las calles del sur de los Estados Unidos, de forma casi impune, contra las personas de color.
A pesar de todo esto Louis nunca perdió su carácter afable y siempre alegre, por ello fue a dar con una familia judía que lo acogió como a un hijo, lo terminó de criar y le regaló su primera trompeta… lo que representó el inicio de una historia artística maravillosa. (Incluso hoy día existe The Karnofsky Project, una iniciativa que dona instrumentos musicales a niños de muy bajos recursos).
What a Wonderful World escrito por Bob Thiele y George David Weiss a mi juicio es una oda a la búsqueda de la felicidad, una invitación a conseguir nuestra paz interior en las cosas más sencillas pero a la vez más bellas de la vida, como dice la canción un poco más adelante «veo cielos azules y nubes blancas, veo el día bendecido y la noche sagrada y pienso para mí, qué mundo tan maravilloso».
Si Louis Armstrong hizo este su himno, si pudo detenerse siempre en estas pequeñas cosas de la vida y vivir una vida con sus altos y sus bajos, pero con un saldo abrumadormente feliz, ¡tú también puedes hacerlo! La felicidad no es una vida perfecta, la felicidad es la posibilidad de enfocarnos en todas aquellas cosas maravillosas que nos pasan todos los días, y que, al igual que estar vivo y respirar, son gratis. La felicidad es aprender a jugar con las cartas que nos tocó y hacer de esa mano que es nuestra vida, ¡la mejor posible!
Damos por sentado milagros cotidianos como la bellísima salida del sol o su retirada a descansar cada tarde. Damos por sentado el hecho de que la luna engorda y adelgaza a su más entera voluntad en bellísimos ciclos mensuales frente a nuestros ojos, y sin embargo no reparamos en estos milagros cotidianos.
Pregúntate: si mañana fuese el ultimo amanecer y el ultimo atardecer del planeta por un cambio meteorológico irreversible, ¿te lo perderías? ¡Te apuesto a que no! A eso se le llama adaptación hedonística, que es acostumbrarnos y por ende dar por sentado cosas maravillosas como los amaneceres, como la majestuosidad del mar, como tener un techo, poder comer, respirar… No estás bien, ¡estás genial!
¡Vamos, abre tus ojos y ve este mundo tan maravilloso que tenemos, cuídalo, y disfrútalo!