El yoga es el camino de reconectarnos con el interior de nuestro ser.
Se piensa que el yoga sólo consta de hermosas asanas logradas producto de la flexibilidad. Pero las asanas (posturas) no son el fin en sí mismo, sólo son el vehículo hacia el camino a la autorrealización. Es el trayecto de ir limpiando ese recorrido desde adentro hacia afuera lo que nos regala el yoga. Fluir la energía vital, conectarnos con la esencia más pura de nuestro ser.
La columna vertebral del Yoga es la respiración. Es el primer paso para conectarse con el cuerpo.Cuando respiramos, no respiramos simplemente oxígeno, también respiramos prana: la fuerza vital del Universo. Los yoguis están más interesados en este aspecto de la respiración que en el más evidente: el físico. La palabra prana proviene del sánscrito y significa “energía absoluta”. Al activar la conciencia en la respiración, la inhalación nos llena de energía, la retención la preserva, y la exhalación la drena, la depura. Al conectarnos realmente con el prana, lograremos la entrada al camino amoroso que nos entrega el yoga, a transportar la energía vital por todo el cuerpo.
A las personas se nos haces difícil conectarnos con nuestro cuerpo. Utilizamos demasiada energía y se nos dificulta canalizarla. Practicar posturas y aprender a «ajustarlas» como consecuencia de la respiración, nos conecta con nuestro cuerpo; de ahí nacen las asanas, que no se trata de estiramiento y flexibilidad, sino de ajuste y liberación de tensión.
Una asana no es mala o buena, y mucho menos perfecta. Es exactamente como sea el vehículo que la realiza, como la anatomía de cada cuerpo. Es una postura que llega a ser cómoda luego de conseguir el balance entre el esfuerzo y la relajación, haciendo que la estructura se soporte de manera natural. Amar nuestro cuerpo, conocerlo y respetar sus límites es el logro final de las asanas.
Las asanas nos preparan a la meditación. Se dice que una vez dominada una postura debe usarse frecuentemente para meditar. La meditación es la experiencia de paz profunda, una calma que es meramente una ausencia de perturbación en el cuerpo, es estabilidad y fuerza surgiendo de la calma. Es el arte de dominar la mente.
Como vemos, el Yoga va más allá de hacer una pincha, o llevarse los pies detrás de la cabeza. Es la armonía que se logra de manera amorosa entre el cuerpo, la respiración y la mente.
Ahora bien, el Yoga se cree que sólo se practica en una hermosa Shala, sobre un mat y con un bello mantra de fondo. Lo maravilloso de esta senda es que realmente se practica y se vive en el día a día. Durante un trancón camino al trabajo, durante una reunión importantísima para nuestro futuro laboral, en momentos de tensión familiar y de pareja. Simplemente, el yoga se practica en cada respiración consciente que realizamos.
Principalmente nos enseña a derrumbar nuestro ego, el protagonista de la mayoría de los conflictos, peleas y discusiones que solemos vivir en nuestra rutina diaria.
Nos libera de nuestros miedos, de la ira y de la avaricia, de las ganas de querer resaltar ante el mundo, en donde siempre termina ganando el estrés. Nos lleva a un punto de humildad en donde el ser invisible no es un acto de cobardía o de baja autoestima, es simplemente aceptar quienes somos sin llegarnos a cuestionar si somos mejor o peor que alguien, si estamos haciendo las cosas bien o mal.
Nos invita a rendirnos, a no competir ante otros, a no ver al otro como un rival a vencer. Busca la ecuanimidad. Para el yogui, los acontecimientos de la vida no se dividen en buenos o malos. No existen penas y glorias, existe un estado de quietud que le da entrada a la paz interior que tanto añoramos, ese estado de paz que conseguimos dentro de nosotros.
Hablamos de ser libres de lo que nuestras mentes nos imponen, ser libres de la coacción de nuestras emociones.
Hablamos de paz, de libertad.
Hablamos de YOGA.