Llegué al camino espiritual luego de una fuerte crisis proveniente de mi divorcio. Casi no hablé de mi divorcio. Se me quedaban atragantadas las palabras en la garganta. Mi breve, muy breve paso por el matrimonio me hacía sentir chiquitica. Como si el hecho de no haber sabido manejar un matrimonio me hubiese robado la voz. Me tardé meses en contarlo. Tuve que pedir a los familiares más cercanos que lo contaran a los demás familiares. No tenía la fuerza para reconocer mi camino. Mucho menos, para honrarlo.
Pasé por las típicas etapas depresivas; no quería salir de la cama, comía cualquier cosa, dejé de trabajar. No tenía idea de cómo podía llegar luz. Pero fui afortunada. Mi alma tiene una necesidad natural de ir hacia adelante. Los huecos no le son cómodos, por más razones que haya para estar ahí. Comencé a oír videos sobre Un Curso de Milagros(UCDM). Aunque no entendía muchas cosas, algo hacían en mí que me sentía un poco mejor. Y un poco mejor en esos casos es bastante parecido a la gloria.
Así comencé a ir a los círculos en los que explicaban los temas de la vida diaria desde la perspectiva del Curso de Milagrosy al poco tiempo comencé mi formación como maestra de la mano de Dalia Galíndez. Hacer la maestría era mi terapia semanal. UCDM es un curso que te da herramientas y lecciones diarias para entrenar tu mente, de manera que, a través del perdón, logres elegir transformar tus pensamientos y situaciones enfocadas en el dolor, enfermedad o cualquier sentimiento que te robe la paz en volver al amor, a la paz, la luz, reconociendo que son nuestra verdadera naturaleza.
Al menos comencé a entender el propósito del dolor. Me di la oportunidad de verlo de otra manera. Sola no hubiese podido jamás. Mi mente tenía una clasificación cerrada (más cerrada de lo que yo creía) sobre el bien y el mal; las emociones positivas y negativas; las situaciones que estaban bien vivir y las que estaban negadas.
El camino me fue haciendo entender el beneficio detrás de cada proceso. Abrió mi mente a recibir un entendimiento nuevo para mí, que acepté a mi ritmo, gracias a sus bondades. Me fui encontrando conmigo misma. No sabía que me conocía tan poco. Me di cuenta que debajo de los prejuicios, los deber ser, los condicionamientos familiares, las memorias heredades, la cultura, había una Anabella perdida que no sabía quién era ni qué quería. Llena de miedos. Confundida, haciendo daño porque se había hecho daño a sí misma desde mucho tiempo atrás y no lo había querido ver de frente. Y ya no se podía posponer más, había que mirar dentro, era tiempo de sanar.
Y sané. Y sigo sanando. Por algún tiempo creí que una vez que pudiera superar el divorcio, que pudiese perdonarme la serie de errores desafortunados que cometí, tendría una especie de graduación, llegaría a una meta. Y sí, por una parte es un logro amoroso que me reconozco: haber podido perdonar. Atravesar todo el proceso aceptando dónde estaba pero con el propósito de curarme, de volver a la luz, de amarme tal y como soy, errores garrafales incluidos. Permitirme volver a elegir. Guardar el látigo de la autoflagelación que por mucho tiempo llevé conmigo, segura, aún dentro del camino espiritual, que sólo merecía castigos.
Lo leo y siento lo dura que fui conmigo. Pero sólo ahora puedo verlo, antes creía que eso era lo único que podía merecer.
Pero, a la vez, también comprendí que aquí estamos para aprender. Por lo tanto no hay meta, hay camino por recorrer. El alma vino con un propósito y cumplir con ese propósito la libera, la expande, le da la oportunidad de cambiar de lección.
Las disertaciones sobre mi crecimiento espiritual y lo que quiero compartir desde los frutos que yo he podido experimentar son muchas. Pero sentí que debía comenzar por compartir mis inicios. Ese empuje que me llevó a preguntarme: ¿esto es todo? ¿Hay algo más? ¿Acaso es cierto que sólo la vida es sufrimiento, demencia, ira, hambre, tristeza?
Y sólo recorriendo el camino, dando pasos hacia adelante, siguiendo mi mente a ratos y a ratos mi intuición, equivocándome, volviendo a levantarme, he ido obteniendo las respuestas a mis preguntas. He podido verME, oirME, experimentarME. No desde los deber sersino desde lo que está buscando mi alma y mi ser.
Las respuestas que he hallado me han recordado aquella frase de Albert Einstein que dice: “Hay dos maneras de vivir tu vida: una como si nada fuese un milagro, la otra es como si todo fuese un milagro”.
Porque este mundo puede ser realmente lo que nosotros queramos que sea. Porque me di cuenta de que no vemos el mundo como es, sino como somos. Es una decisión constante donde elegimos poner nuestra atención. No desde la negación de los hechos, porque todo hay que verlo de frente para poder sanarlo, sino entendiendo que es nuestra forma de verlo lo que cambia aquello que experimentamos y el tiempo que pasamos en una emoción.
Desde allí mi anhelo es invitar a quien resuene a que experimente por sí mismo qué pasa si toma un nuevo camino, si elije distinto, si prueba cosas nuevas. Qué pasaría si una vez, cansado de intentar solo, invita a la luz, a Dios, al Universo, a la Madre Naturaleza, a la energía a que pase y lo ayude. Como bien dijo Jesús: “Por los frutos los conoceréis”. Y es por eso que sí, el camino igual está lleno de experiencias humanas, pruebas, caídas, errores. Y sí, también toca atravesar el dolor, la tristeza, la pérdida, la ira. Pero ya ningún proceso se atraviesa de la misma manera, ni dura el mismo tiempo. Es posible, atravesar y ver la diferencia en los resultados al permitir que la luz pase y ayude. Y desde ahí, con un nuevo estado de consciencia, repasar las lecciones, integrar los conocimientos, y seguir. Siempre seguir. O al menos esa ha sido mi experiencia.
Gracias,
Mucho gusto.